Autor: Marcelo Fabian Monges (escritor argentino)
Fecha: 10 de enero de 2011
Enlace: http://www.kaosenlared.net/noticia/condena-assange-terrorismo-seria-crimen-mas-grande-historia-contempora
A los medios de comunicación, a los organismos de Derechos Humanos, activistas, intelectuales, y a los habitantes de la tierra enterados de que la construcción del mundo la hacemos todos, todos los días y no sea un simple espectador de cómo el planeta da vueltas alrededor del sol.
Estamos frente a la posibilidad de que se consume una de las injusticias mundiales más grandes de la historia contemporánea: El juzgamiento de Julian Assange por terrorismo promovido por Estados Unidos. Una injusticia y una barbaridad tan grandes como lo han sido en la historia los juicios a Galileo Galilei, o a Copérnico.
Si sobre todo tenemos en cuenta el tamaño de la injusticia a sufrir a manos del poder de turno, de los dueños de los privilegios, en su búsqueda de juzgar a Assange por terrorismo, claro está que el tamaño de la acusación, su falsedad, y el carácter gigantesco de su injusticia, coloca a Assange junto a los personajes de la historia humana que sufrieran las injusticias más grandes de la historia de la especie toda.
Cuando la humanidad permitió que juzguen a Galileo, o a Copérnico, atrás en el tiempo, existían grandes bolsones de ignorancia, a tal punto que la mayoría de la especie creía que todo el universo giraba alrededor de la tierra, o que el planeta era cuadrado y sostenido por grandes tortugas. El grado de evolución era otro. Decididamente sobre las mañas del poder y los artilugios de manipulación colectiva no se sabía lo que se sabe hoy. Tampoco la irresponsabilidad de los que gobernaban el imperio más grande de ese momento, podía traer para la tierra toda y sus habitantes las consecuencias que pueden acarrear ahora las irresponsabilidades astronómicas de quienes hoy gobiernan el mundo. La declaración universal de los derechos del hombre era algo que no se soñaba, y a la que se llegó recién después de dos barbaries cuyas consecuencias afectaran a prácticamente todos los habitantes del planeta: la primera y la segunda Guerra Mundial. Mucho menos existía entonces la conciencia de que un crimen puede ofender a toda la humanidad, ni el principio de justicia universal. Tampoco existía Internet, ni las formas de comunicación, ni de reacción que justamente para casos como estos existen o deberían existir hoy. No defender a Julian Assange y permitir que sea encarcelado por cargos inventados, por su rol en la sociedad humana actual, es retrotraer toda la evolución de los derechos humanos al periodo más oscuro de la Edad Media.
Hoy podemos ver cómo recetas y mecanismos clásicos de manipulación del poder se implementan imitando posturas de la inquisición o del poder más despótico y falaz. Los agresores se visten de ofendidos y sobre todo, llevan esta postura a la invención legal, que ejercen como si no hubiera transcurrido nada más que segundos en la máquina del tiempo.
Lo que muestran los cables son fundamentalmente visiones, conductas de los embajadores norteamericanos entrometiéndose en la vida privada de líderes políticos, en los asuntos internos de los Estados, y una forma de mirar al resto del mundo con el desprecio que ellos sienten que les confiere la supremacía racial, es decir el elemento racista, y la acumulación del capital y el predominio y la prepotencia de la fuerza. Los cables escritos por los embajadores norteamericanos son una prueba contundente de cómo el andamiaje legal es para ellos sólo un instrumento para la consecución de sus fines, sin necesidad de respetar la ley en su esencia y con las capacidades de retorcerla cuantas veces les sea conveniente.
Los cables llevan fundamentalmente el ADN de la política norteamericana. La muestra más contundente de cómo quiénes conducen el mundo le mienten a la raza humana, con temas tan sensibles que van desde el cambio climático, que ya ha llegado con todas sus consecuencias, y sobre el que los políticos y “los científicos” al servicio de los centros de poder, han mentido de una manera obscena, para evitar medidas que mermen las ganancias de las principales empresas e industrias que han provocado el desquicio del clima en el planeta; hasta temas tan sustanciales como las mentiras sobre la guerra y los crímenes en la invasión a Irak, o la guerra en Afganistán, incluyendo la junta de consenso entre distintos países para próximas guerras. Claro que la sociedad mundial tiene derecho a saber cuáles son las visiones, las mentiras, las conductas que se desprenden de los documentos escritos por quienes conducen políticamente el mundo y hacia dónde lo dirigen, porque hacia allá llevan la vida de sus habitantes.
A lo que no tiene derecho la sociedad mundial por cuestiones de supervivencia, es a quedarse paralizada, sin hacer nada, a permanecer absorta o ajena frente a la mentira institucionalizada que muestran los cables difundidos por WikiLeaks, y a no defender a quien ha tenido el valor y el coraje de poner al desnudo las mentiras de la máxima potencia mundial. Si la sociedad humana toda, si la raza humana, se queda mirando cómo los centros de poder que hoy dirigen al mundo, en contra de los intereses de toda la especie, sacrifican a Julian Assange, con los pretextos jurídicos que puedan conseguir o sean capaces de fabricar, la humanidad entera habrá perdido una parte muy importante de sí misma.
La humanidad no sólo habrá perdido a un gran ser humano, con la valentía suficiente para desenmascarar las mentiras de la potencia más grande del mundo, sino que habrá perdido además buena parte de su capacidad de reacción y de lucha y por lo tanto una parte importante de su sentido de supervivencia que, lejos de las grandes convenciones de los foros internacionales y de la fanfarria de los grandes medios de comunicación, hoy le hace más falta que nunca.
No veo sobre el tema involucrados a miles de organismos de derechos humanos, que parecen, en muchos de los casos, haber anclado solo en algunos temas específicos, en los que han encontrado vocación y rédito, y haber perdido la movilidad o la capacidad para luchar por otros más amplios y de interés colectivo como ahora la injusticia que se pergeña sobre Julian Assange.
Ya no hablemos de políticos, una raza abocada casi en exclusivo a sus negocios, en vez de a la conducción de la sociedad y el bien común, que frente al fenómeno mundial que significa WikiLeaks, en vez reclamar a viva voz que no se pueda cometer la injusticia de extraditar a Julian Assange por el ridículo cargo de terrorismo, o que permanezca detenido con cargos aún más ridículos e inventados, continúan navegando en el barco privado del lucro, sin más horizonte ni motivos que sus próximos cargos y sus negocios personales, con honrosas excepción como es el caso de Lula.
En España por ejemplo, donde se ha comprobado mediante el testimonio escrito de los embajadores norteamericanos la intromisión norteamericana en las decisiones de Gobierno y de la justicia, no se ha levantado aún un solo juicio contra uno solo de los políticos al servicio de Estados Unidos. Lo mismo sucede en otros países. Pero en vez de recabar en la mentira, en las traiciones, en lo que no se puede permitir, el peso de las “instituciones” internacionales o de los países al servicio de Estados Unidos, recuestan la balanza en quien fuera capaz de develar el alud de mentiras más grande de la historia. Para Ban Ki Moon por ejemplo, vergonzosamente al frente de la ONU, lo lamentable no es que Estados Unidos espíe a los principales funcionarios de ese organismo, ni que les mande a robar su ADN, sino que para él lo lamentable es que esto se sepa, “las filtraciones”. Para ellos el problema no está en el mensaje sino en el mensajero, simplemente porque la mentira y el espionaje estaban allí, era cosa de todos los días, moneda corriente de la diplomacia norteamericana y de su forma de relacionarse con el mundo, el problema para ellos está en quien fue a desenterrarla, a quitarle el polvo, a mostrar a la bruja con su piel horrorosa de hiena irredimible.
El pecado imperdonable de Assange para el imperio más grande de todos los tiempos es justamente este, el haber sacado el ADN de la política norteamericana.
Pero así como Assange es otro gran hito en la historia de la humanidad, existen otros elementos a tener en cuenta en la presente situación que vuelven todas las decisiones o las omisiones vitalmente más importantes. Una de ellas, es que se ha terminado el tiempo de los héroes. El mundo no tiene en su estado actual, posibilidades de supervivencia, como para sentarse a esperar que solo unos cuantos héroes luchen por él mientras los demás los contemplan y con el tiempo los inscriben en la historia. Es hora de que cada quien haga su parte y la defensa de Julian Assange significa un bastión muy importante para el avance o el retroceso de muchos derechos fundamentales, y de otros temas de fondo aún más importantes, como la forma de gobernar el mundo, la elección de su rumbo actual y el sentido del mismo. Algo que a los precursores de la mentira les interesa sostener: su telón de fondo. Para que así los espectadores no alcancen ni se atrevan a mirar. Pero Julian Assange ha mostrado las vísceras de la hiena. Le ha sacado brillo a una hipocresía que dormía debajo de los escritorios y de las más altas cumbres oficiales. De lo que antes había sospechas Assange ha ofrecido pruebas. Por eso Assange debe ser incinerado, en la hoguera de la inquisición contemporánea, bajo nuevas formas y nuevos pretextos bajo el manual del buen abogado de cómo armar un caso.
Pero justamente también por esto, por la gente buena y racional del mundo, Assange debe ser defendido, porque las mentiras de la política norteamericana sin duda ofenden a toda la humanidad, y una condena a Assange por terrorismo sería el crimen más grande de la historia contemporánea. Por esto defender a Julian Assange hoy, es defender a toda la humanidad.
Marcelo Fabian Monges (Escritor Argentino)
http://mx.mc343.mail.yahoo.com/mc/compose?to=marcelomonges23@yahoo.com.mx
---Fecha: 10 de enero de 2011
Enlace: http://www.kaosenlared.net/noticia/condena-assange-terrorismo-seria-crimen-mas-grande-historia-contempora
A los medios de comunicación, a los organismos de Derechos Humanos, activistas, intelectuales, y a los habitantes de la tierra enterados de que la construcción del mundo la hacemos todos, todos los días y no sea un simple espectador de cómo el planeta da vueltas alrededor del sol.
Estamos frente a la posibilidad de que se consume una de las injusticias mundiales más grandes de la historia contemporánea: El juzgamiento de Julian Assange por terrorismo promovido por Estados Unidos. Una injusticia y una barbaridad tan grandes como lo han sido en la historia los juicios a Galileo Galilei, o a Copérnico.
Si sobre todo tenemos en cuenta el tamaño de la injusticia a sufrir a manos del poder de turno, de los dueños de los privilegios, en su búsqueda de juzgar a Assange por terrorismo, claro está que el tamaño de la acusación, su falsedad, y el carácter gigantesco de su injusticia, coloca a Assange junto a los personajes de la historia humana que sufrieran las injusticias más grandes de la historia de la especie toda.
Cuando la humanidad permitió que juzguen a Galileo, o a Copérnico, atrás en el tiempo, existían grandes bolsones de ignorancia, a tal punto que la mayoría de la especie creía que todo el universo giraba alrededor de la tierra, o que el planeta era cuadrado y sostenido por grandes tortugas. El grado de evolución era otro. Decididamente sobre las mañas del poder y los artilugios de manipulación colectiva no se sabía lo que se sabe hoy. Tampoco la irresponsabilidad de los que gobernaban el imperio más grande de ese momento, podía traer para la tierra toda y sus habitantes las consecuencias que pueden acarrear ahora las irresponsabilidades astronómicas de quienes hoy gobiernan el mundo. La declaración universal de los derechos del hombre era algo que no se soñaba, y a la que se llegó recién después de dos barbaries cuyas consecuencias afectaran a prácticamente todos los habitantes del planeta: la primera y la segunda Guerra Mundial. Mucho menos existía entonces la conciencia de que un crimen puede ofender a toda la humanidad, ni el principio de justicia universal. Tampoco existía Internet, ni las formas de comunicación, ni de reacción que justamente para casos como estos existen o deberían existir hoy. No defender a Julian Assange y permitir que sea encarcelado por cargos inventados, por su rol en la sociedad humana actual, es retrotraer toda la evolución de los derechos humanos al periodo más oscuro de la Edad Media.
Hoy podemos ver cómo recetas y mecanismos clásicos de manipulación del poder se implementan imitando posturas de la inquisición o del poder más despótico y falaz. Los agresores se visten de ofendidos y sobre todo, llevan esta postura a la invención legal, que ejercen como si no hubiera transcurrido nada más que segundos en la máquina del tiempo.
Lo que muestran los cables son fundamentalmente visiones, conductas de los embajadores norteamericanos entrometiéndose en la vida privada de líderes políticos, en los asuntos internos de los Estados, y una forma de mirar al resto del mundo con el desprecio que ellos sienten que les confiere la supremacía racial, es decir el elemento racista, y la acumulación del capital y el predominio y la prepotencia de la fuerza. Los cables escritos por los embajadores norteamericanos son una prueba contundente de cómo el andamiaje legal es para ellos sólo un instrumento para la consecución de sus fines, sin necesidad de respetar la ley en su esencia y con las capacidades de retorcerla cuantas veces les sea conveniente.
Los cables llevan fundamentalmente el ADN de la política norteamericana. La muestra más contundente de cómo quiénes conducen el mundo le mienten a la raza humana, con temas tan sensibles que van desde el cambio climático, que ya ha llegado con todas sus consecuencias, y sobre el que los políticos y “los científicos” al servicio de los centros de poder, han mentido de una manera obscena, para evitar medidas que mermen las ganancias de las principales empresas e industrias que han provocado el desquicio del clima en el planeta; hasta temas tan sustanciales como las mentiras sobre la guerra y los crímenes en la invasión a Irak, o la guerra en Afganistán, incluyendo la junta de consenso entre distintos países para próximas guerras. Claro que la sociedad mundial tiene derecho a saber cuáles son las visiones, las mentiras, las conductas que se desprenden de los documentos escritos por quienes conducen políticamente el mundo y hacia dónde lo dirigen, porque hacia allá llevan la vida de sus habitantes.
A lo que no tiene derecho la sociedad mundial por cuestiones de supervivencia, es a quedarse paralizada, sin hacer nada, a permanecer absorta o ajena frente a la mentira institucionalizada que muestran los cables difundidos por WikiLeaks, y a no defender a quien ha tenido el valor y el coraje de poner al desnudo las mentiras de la máxima potencia mundial. Si la sociedad humana toda, si la raza humana, se queda mirando cómo los centros de poder que hoy dirigen al mundo, en contra de los intereses de toda la especie, sacrifican a Julian Assange, con los pretextos jurídicos que puedan conseguir o sean capaces de fabricar, la humanidad entera habrá perdido una parte muy importante de sí misma.
La humanidad no sólo habrá perdido a un gran ser humano, con la valentía suficiente para desenmascarar las mentiras de la potencia más grande del mundo, sino que habrá perdido además buena parte de su capacidad de reacción y de lucha y por lo tanto una parte importante de su sentido de supervivencia que, lejos de las grandes convenciones de los foros internacionales y de la fanfarria de los grandes medios de comunicación, hoy le hace más falta que nunca.
No veo sobre el tema involucrados a miles de organismos de derechos humanos, que parecen, en muchos de los casos, haber anclado solo en algunos temas específicos, en los que han encontrado vocación y rédito, y haber perdido la movilidad o la capacidad para luchar por otros más amplios y de interés colectivo como ahora la injusticia que se pergeña sobre Julian Assange.
Ya no hablemos de políticos, una raza abocada casi en exclusivo a sus negocios, en vez de a la conducción de la sociedad y el bien común, que frente al fenómeno mundial que significa WikiLeaks, en vez reclamar a viva voz que no se pueda cometer la injusticia de extraditar a Julian Assange por el ridículo cargo de terrorismo, o que permanezca detenido con cargos aún más ridículos e inventados, continúan navegando en el barco privado del lucro, sin más horizonte ni motivos que sus próximos cargos y sus negocios personales, con honrosas excepción como es el caso de Lula.
En España por ejemplo, donde se ha comprobado mediante el testimonio escrito de los embajadores norteamericanos la intromisión norteamericana en las decisiones de Gobierno y de la justicia, no se ha levantado aún un solo juicio contra uno solo de los políticos al servicio de Estados Unidos. Lo mismo sucede en otros países. Pero en vez de recabar en la mentira, en las traiciones, en lo que no se puede permitir, el peso de las “instituciones” internacionales o de los países al servicio de Estados Unidos, recuestan la balanza en quien fuera capaz de develar el alud de mentiras más grande de la historia. Para Ban Ki Moon por ejemplo, vergonzosamente al frente de la ONU, lo lamentable no es que Estados Unidos espíe a los principales funcionarios de ese organismo, ni que les mande a robar su ADN, sino que para él lo lamentable es que esto se sepa, “las filtraciones”. Para ellos el problema no está en el mensaje sino en el mensajero, simplemente porque la mentira y el espionaje estaban allí, era cosa de todos los días, moneda corriente de la diplomacia norteamericana y de su forma de relacionarse con el mundo, el problema para ellos está en quien fue a desenterrarla, a quitarle el polvo, a mostrar a la bruja con su piel horrorosa de hiena irredimible.
El pecado imperdonable de Assange para el imperio más grande de todos los tiempos es justamente este, el haber sacado el ADN de la política norteamericana.
Pero así como Assange es otro gran hito en la historia de la humanidad, existen otros elementos a tener en cuenta en la presente situación que vuelven todas las decisiones o las omisiones vitalmente más importantes. Una de ellas, es que se ha terminado el tiempo de los héroes. El mundo no tiene en su estado actual, posibilidades de supervivencia, como para sentarse a esperar que solo unos cuantos héroes luchen por él mientras los demás los contemplan y con el tiempo los inscriben en la historia. Es hora de que cada quien haga su parte y la defensa de Julian Assange significa un bastión muy importante para el avance o el retroceso de muchos derechos fundamentales, y de otros temas de fondo aún más importantes, como la forma de gobernar el mundo, la elección de su rumbo actual y el sentido del mismo. Algo que a los precursores de la mentira les interesa sostener: su telón de fondo. Para que así los espectadores no alcancen ni se atrevan a mirar. Pero Julian Assange ha mostrado las vísceras de la hiena. Le ha sacado brillo a una hipocresía que dormía debajo de los escritorios y de las más altas cumbres oficiales. De lo que antes había sospechas Assange ha ofrecido pruebas. Por eso Assange debe ser incinerado, en la hoguera de la inquisición contemporánea, bajo nuevas formas y nuevos pretextos bajo el manual del buen abogado de cómo armar un caso.
Pero justamente también por esto, por la gente buena y racional del mundo, Assange debe ser defendido, porque las mentiras de la política norteamericana sin duda ofenden a toda la humanidad, y una condena a Assange por terrorismo sería el crimen más grande de la historia contemporánea. Por esto defender a Julian Assange hoy, es defender a toda la humanidad.
Marcelo Fabian Monges (Escritor Argentino)
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Colectivo por la Justicia y los Derechos de las Personas y de la Naturaleza “Queda la Palabra”
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(Premio Nacional de Derechos Humanos 2005 en España)
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